Hay que gatear para poder correr

por Laura Gómez / Santiago de Cali - Colombia

El calor se siente más intenso en la piel cuando sale del suelo, mas esto no detiene los pies descalzos de niños y jóvenes que juegan en la Cancha La Polvera, justo una noche después de que el alcalde de Cali declarara el primer toque de queda en la ciudad, por la pandemia.

El barrio no cambió mucho al principio, en contra de los ordenamientos nacionales y locales: la gente continuó con su vida de la misma manera que la ciudad continúa con la suya cuando el barrio sufre.

Marroquin I se encuentra en la zona oriental periférica de Cali y es habitado mayoritariamente por poblaciones negras, algunas migrantes del Pacífico sur colombiano, que traen en su maleta una cultura comunitaria supremamente estrecha.

Los problemas cotidianos de un núcleo familiar pueden ser conversados y solucionados en comunidad, la crianza de los más chicos es tarea de todos los jóvenes y adultos, y se comparte aquel bien o servicio que le falta al vecino.

Estas costumbres han logrado sobrevivir a la migración e interacción con culturas totalmente opuestas, en un territorio marcado por el clásico paquete de problemas de las comunidades intencionalmente empobrecidas por el sistema económico y los planes de desarrollo locales.

El barrio no cambió mucho al principio, en contra de los ordenamientos nacionales y locales: la gente continuó con su vida de la misma manera que la ciudad continúa con la suya cuando el barrio sufre.

No fue raro entonces que, a pesar de que las directivas dictaran el distanciamiento y nuevas normas para la interacción, la comunidad reaccionara con indiferencia a “un intento más por romper la tradición”, una nueva excusa para interrumpir la reunión y el compartir que son tan vitales para la materialización de los lazos que los mantienen unidos.

Con el paso de las primeras semanas, los sentimientos de angustia y desconcierto iniciales cambiaron su foco de la emergencia sanitaria de la pandemia a cómo continuaríamos la vida en una nueva normalidad que limita la comunicación humana a espacios virtuales insípidos, en los que normalmente no hay un canal interesado profundamente en el cuidado y preservación de una tradición que ha sido satanizada por fuera del lugar al que pertenece.

Con más tiempo libre forzado, el oriente de la ciudad se convirtió en el foco de señalamientos por el alto número de contagios debido a la poca recepción de las medidas de bioseguridad y, particularmente, con el mismo ritmo que con el supuesto saqueo de zonas residenciales del sur de la ciudad el 21 de noviembre del 2019.

Los caleños apropiaron un discurso en redes, manchado de racismo, para comentar el aumento de casos y el poco control que se evidenciaba que las autoridades estaban ejerciendo en aquel sector.

Nuevamente se construían dos relatos totalmente diferentes sobre la experiencia humana de la zona frente a un fenómeno que nadie acababa de comprender.

Nuestras radios hermanas en la ciudad reaccionaron más agraciadamente a la nueva realidad pues el ciberespacio fue donde nacieron y prosperan actualmente. Para nosotros en Oriente Estéreo, este nuevo panorama representaba enfrentarnos a un reto que habíamos pospuesto por la fuerza que nuestro trabajo en el dial estaba consolidando. Nuestro momentum estaba concentrado en la apuesta base de la emisora y nuestros canales de contacto con la comunidad se debilitaron un poco al cambiar radicalmente nuestra relación con el territorio.

Nuestra reactivación creativa dependió de las dudas que preocupaban al equipo, en cuanto a los sentimientos que habíamos pasado por alto en la dinámica sin pausa de la cotidianidad, en lo de revisar las relaciones y lazos que habíamos descuidado y en volver a encontrarnos con la comunidad de manera que pudiéramos hablar del cuidado comunitario bajo una nueva luz que fuera cercana a los valores culturales del barrio y de toda la zona del Distrito de Aguablanca.

Era momento de volver a nuestras raíces y hacia las personas de la comunidad que desde su esfuerzo individual organizan el arrullo, preparan el sancocho para la cuadra y dedican el corto camino a la tienda para asegurarse de que su vecina esté bien.

Aprovechando la masiva y clínica cobertura de los datos exactos de la pandemia por parte de los medios nacionales, y la conversación alrededor de los fenómenos sociales y económicos que canales independientes adelantaban en la agenda local de los medios, decidimos que enfocarnos en los valores y lenguajes afectivos y emocionales del barrio era un camino valioso por transitar.

Así nacieron Pacífico soy yo y Adoración a los santos, dos propuestas dedicadas a celebrar la tradición y la herencia africana que están presentes en la vida de las personas migrantes del Pacífico sur colombiano, en nuestro territorio.

Pacífico soy yo se convirtió en el primer proyecto pensado, escrito y desarrollado enteramente para el formato Facebook Live; este recurso pasó de ser una herramienta más en la estrategia de difusión y se convirtió en ese agente atractivo para el público, que volvió a conectarse con la emisora y encontró en las conversaciones sobre música, danza y narración tradicional ese lugar para recordar y revivir aquellos encuentros como los arrullos y alabaos, que son severamente perseguidos por la tradición cristiana en la ciudad.

Nuevamente se construían dos relatos totalmente diferentes sobre la experiencia humana de la zona frente a un fenómeno que nadie acababa de comprender.

Este proyecto estrechó lazos y destapó nostalgias que no son abiertamente discutidas y se nos reveló un vacío doloroso, un silencio inexplicable respecto al goce, a la fe, a los valores y prioridades de las personas negras. Solo encontramos representaciones de nuestra alegría de manera ornamental en los discursos preestablecidos, más nunca una discusión genuina sobre lo que nos hace humanos. Fue necesario entonces crear una especie de baúl de memorias en forma de podcast, en el cual depositamos el resultado de la investigación comunitaria sobre cómo se viven en nuestro territorio la tradición y el sincretismo de la práctica religiosa de la Adoración a los Santos a través de arrullos y alabaos del Pacífico sur.

Nuestro futuro en el entorno digital aún merece más experimentación, darnos la licencia de aprender, de embarrarla y encontrarnos con respuestas opuestas y cambiantes. Aún tenemos que reconocernos con las personalidades virtuales de nuestros seguidores y explotar la capacidad de conexión intermunicipal que movió a nuestra gente desde la tripa.

Es un camino que vale la pena reconocer y que para ser transitado depende de unas tecnologías que no terminan de prestar un buen servicio y cobertura en nuestro territorio. No será la primera opción durante algún tiempo, pero jugaremos con la virtualidad según nos encaje.