La radio ha estado presente como testigo narrador de los sucesos de la historia del conflicto armado en Colombia. Desde el 9 de abril de 1948, cuando fue asesinado Jorge Eliecer Gaitán, liberales enardecidos se tomaron la Radiodifusora Nacional y anunciaron para “los colombianos en el exterior” que cuatro tiros habían impactado al líder aquel día, a la 1 y 30 de la tarde, en la calle 14 con carrera 10 en Bogotá.
Hoy la fonoteca de Señal Memoria conserva una curaduría de audios que retratan ese momento1.
Una memoria sonora de nuestra historia se narra por este medio sin que todavía logremos un relato que nos ponga en el tránsito de un país que sale de la guerra.
Más tarde, en 1964, durante el gobierno de Guillermo León Valencia se produjo la operación Marquetalia. Se trataba de contener por la fuerza las llamadas “repúblicas independientes” en dieciséis territorios del país.
Este hecho guarda la alocución del presidente Valencia con la presentación del balance de la operación. Las tropas campesinas reprimidas estaban bajo la dirección de Pedro Antonio Marín, quien sería conocido como Manuel Marulanda Vélez, y justo desde ese momento se agruparon en guerrillas móviles de las que surgieron las Farc2.
Estos y otros eventos nos hacen entender la narrativa desde la radio, no solo desde lo extraordinario sino también desde la cotidianidad. El diario vivir trae voceros, perspectivas, detalles, omisiones y legados que harán parte de nuestra memoria sonora.
Una memoria sonora de nuestra historia se narra por este medio sin que todavía logremos un relato que nos ponga en el tránsito de un país que sale de la guerra.
Para ello, propongo tres hitos narrativos: seguir contando historias, crear y participar de círculos de conversación y dejar espacio para el silencio y potenciar lo simbólico. En tiempos como el actual, los considero necesarios para que la radio contribuya a verbalizar el proceso de transición que hoy vive Colombia, tras lograr uno de los eventos más relevantes de su historia reciente: la firma del acuerdo de paz entre el Estado colombiano y las Farc-EP.
Como se ha dicho en distintos escenarios, la firma de un Acuerdo de Paz es la cuota inicial de un proceso más amplio que es la construcción de paz. Esa es una tarea que trasciende a los negociadores y debería implicar a todos los sectores de la sociedad. Las historias ayudan a conectarnos, a apaciguar la polarización que profundiza distancias; nos envuelven en la mirada y la emoción tras conocer tu historia o la mía. Las historias son una vía para mudar del escenario de los prejuicios y estigmatizaciones hacia un lugar de encuentro donde quepamos todos, con capacidad de escucha y atención a la polifonía que en realidad somos.
Trascender una narrativa de guerra donde subyacen el dolor y la deshumanización también nos lleva a una arqueología de las historias que dejamos de narrar, o a introducir nuevos enfoques y perspectivas para lo que creímos haber contado ya. Las historias nos quieren hablar, conquistar nuestra atención y darle sentido a nuestras decisiones; las historias devienen frustraciones o se levantan en épica de lo que somos capaces de hacer, crear, decir, hallar, trabajar. No hay mal tema, solo el firme propósito de descubrir y descubrirnos.
No bien Colombia logró la hazaña de firmar el acuerdo con la guerrilla más antigua del continente, se instaló en el mundo entero la práctica de la posverdad como alimento diario de medios de comunicación y redes sociales. En el año 2016 el prestigioso diccionario inglés de Oxford distinguió esta palabra “posverdad” (post-truth) como la palabra del año y la definió como una mentira que repetida mil veces se convierte en verdad.
Darío Villanueva, director de la Real Academia Española - RAE, explicó que estas mentiras repetidas “representan una evidente negación de la realidad” y advirtió que lo que aceptamos como lo real corresponde más a “una construcción de conciencia, tanto individual como colectiva”. Los grandes constructores de significado en términos de narrativa, como la prensa, la televisión, la radio y las redes sociales, van configurando un repositorio de esos mensajes desde centros de poder y las legitiman.
Por el contrario, cuando lo que pretendemos en cohesión, reconocimiento y autoestima colectiva, la recomendación es actuar con los medios comunitarios y los líderes que construyen lo público desde lo territorial. Un proceso de paz necesita un cambio cultural y darle vuelta al relato con sentido de lo colectivo, una apuesta en común y demostraciones constantes de la capacidad para el cambio.
No es posible concebir estrategias comunicativas que solo se anclen en el ámbito mediático comercial y masivo, sino que es fundamental contribuir con distintos frentes comunicativos que tengan posibilidad de escalar de manera confiable con la sociedad organizada. En ese contexto, el diálogo directo que propone lo comunitario, es un camino de contrapeso a la manipulación mediática de gran escala y un cierto filtro (cuando hay conciencia) no solo para cortarle camino a las mentiras sino para depurar la avalancha de afirmaciones que suelen crear emociones de desconfianza, miedo y odio.
La transformación de una sociedad que ha vivido un conflicto intenso, una sociedad diversa que apenas recompone su proyecto de vida de nación, necesariamente debe pasar por un proceso de diálogo social y evidenciar en escena que somos capaces del disenso.
Mientras que del lado del marketing político y comunicativo se prioriza el debate “o conmigo o contra mi”, el tono de reality con posturas extremas e irreconciliables, un desafío es invitar a esos medios a afinar los procesos de escucha, el reconocimiento mutuo y la complejidad para asumir los análisis.
El diálogo social entre contradictores es posible y se pueden movilizar encuentros sucesivos hasta lograr soluciones compartidas. Como lo señala el mediador de conflictos Jean Paul Lederach, se puede lograr con el apoyo de personas y organizaciones “anclaje”, es decir, que sean confiables para las partes. A un nivel comunitario, son figuras como maestras, sacerdotes, amas de casa, artistas locales, autoridades tradicionales, representantes de organizaciones, etc, que se constituyen en una suerte de validadores de opinión y que ponen su aporte para llegar a acuerdos en favor de lo común / lo público. En términos de narrativa, crear la escena del diálogo en las comunidades y acompañarlo con los medios será crucial para volver a adquirir la habilidad social de los diálogos constructivos.
Crear unos acuerdos de escucha y del uso de la palabra y motivar la curiosidad por las ideas, las necesidades y emociones de las personas, constituye un paso adelante que puede aportar la radio en función de poner en circulación una conversación transformadora. Dejar espacio para el silencio y potenciar lo simbólico.
"Las historias ayudan a conectarnos, a ponernos en contacto, a apaciguar la polarización que profundiza distancias; nos envuelven en la mirada y la emoción tras conocer tu historia o la mía. Las historias son una vía para mudar del escenario de los prejuicios y estigmatizaciones hacia un lugar de encuentro donde quepamos todos con capacidad de escucha y atención a la polifonía que en realidad somos."
La radio se hace con elementos simples: voz, música y paisajes sonoros. En todas sus combinaciones y extensiones ofrece una variedad de formatos y emociones. Y hay un elemento adicional que, cuando es deliberado, cobra sentido en la radio: el silencio. La radio comunitaria, universitaria, indígena, que es sostenida por la participación y es anfitriona de las voces de sus colectividades, puede disminuir los decibeles de ruido y superficialidad y albergar esa sintonía humana que todavía no se siente convocada.
Algunos objetarán que la guerra nos silenció y que no es tiempo de callar, que los procesos de resistencia cantaron, actuaron, pintaron, declararon y es así. Pero al referirnos al silencio en la radio lo que se busca es un respiro, una caricia, una licencia para conectar de nuevo. Queremos estar juntos y vernos de nuevo, pero el ruido es un impedimiento. El ruido nos arranca de nosotros mismos, para ponernos a vivir en la indiferencia y en el olvido. La radio abierta, la radio como apertura de un ritual más profundo como el silencio y todas las expresiones que queramos habitar en él, nos ayudará a lograr de nuevo el abrazo, ganar una respiración profunda y darle apertura a un diálogo más sincero.
Ese silencio de contemplación, meditación o sobrecogimiento, puede guiarse hasta devolvernos a la voz primera y la voz íntima de quienes defendieron la vida y ahora no están. Necesitamos escucharnos y también callarnos con un silencio hondo que nos regrese una conexión humanizadora y vibrante. ¿Cómo apoyarnos en la radio para movilizar cambios de conducta, activar la empatía o generar comprensión? ¿Cómo hacer eco entre nosotros? Las historias en los medios comunitarios toman la forma de la tradición oral, de la conversación que transcurre desde la puerta de una casa o la banca de un parque, porque pueden transmitir con frescura la palabra de los pueblos, esa que solemos omitir.
Este momento necesita la relevancia de la gente sencilla, sus gestas, la voz de sus territorios y el calor de sus vínculos. Lo esencial es hacer el trabajo de expresar con libertad, habilitar segundos de silencio y momentos de escucha y una intención clara, para llenar de profundidad el espíritu mismo de nuestras relaciones.
La radio que acompaña la faena diaria, que encendemos para empezar el día o para sentirnos acompañados al concluir la jornada en espacios rurales especialmente, o esa que se enciende para escuchar la hora o las noticias, son dispositivos para abrir espacios físicos de encuentro, de reflexión, de aprendizaje, de creación colectiva y también de silencio.
El ritual es ceremonia, es solemnidad, es espacio simbólico y es una repetición cargada de sentido. Saquemos la radio de la cabina y convoquemos la grandeza de ser porque somos.